jueves, 30 de julio de 2009

Las Redes Sociales

Los que con mayor o menor frecuencia utilizamos las redes sociales que nos ofrece el Internet muchas veces nos sorprendemos de la tanta información que la gente coloca en las mismas. Luce como si quisiéramos que nos conocieran más a fondo. Una especie de catarsis. Enviamos fotos de nuestros familiares a veces de forma tan abierta que hasta ha habido problemas cuando se extraen estas fotos para fines de publicidad. Inclusive es conveniente recordar que estas fotos en manos de delincuentes pueden servir para secuestros e incursiones de enfermos sexuales. Desde oficinas inclusive empleados “descuidados” han “subido” avisos y comerciales que algunas veces ni el mismo cliente ha aprobado definitivamente para su colocación en los medios. Este frenesí de intercambio de información o de conversaciones electrónicas presenta una línea muy fina entre lo útil y atrevido o entre lo ético y lo inmoral o entre lo inocuo y lo peligroso que hace necesario una mayor introspección antes de utilizar una red de forma alegre.

Deseo si aclarar que no estamos opuestos a la red. Todo lo contrario creemos que es una excelente herramienta para referencias y hasta para socializar. Además es algo con lo que vamos a tener que vivir para siempre e inclusive algo que será parte del equipo de televisión de las familias dentro de un tiempo relativamente corto. A lo que deseamos llamar la atención es al cuidado que se debe ejercer en las familias, sobretodo en los menores de edad y los adolescentes, y en las empresas interesadas en mantener sus archivos confidenciales libres de acechanzas malévolas.

La irrupción de las redes sociales ha sido tan rápida y su crecimiento tan vertiginoso que no ha habido tiempo suficiente para educar al publico sobre la misma. Pienso que ya es hora de que en las materias de escuela y universidades se tome tiempo para hablar sobre estas redes, sus usos y cuidados. Recuerdo una canción mejicana de los aňos 50s del siglo pasado, “los amores mas bonitos son como la verdolaga no mas le pones tantito y crecen como una plaga”. Pongámosle amor a nuestra información pero evitemos que al crecer estemos cundiendo al mundo con nuestras mas sensibles interioridades como si fueran estas una plaga.

miércoles, 22 de julio de 2009

Cuando Cantaban las Marchantas de Santo Domingo

Una señal de cómo el comercio ha cambiado en apenas 50 aňos es el caso de las marchantas que en mi país, la Republica Dominicana, ofrecían sus productos pregonándolos con una especie de legato, “llevo gandules, llevo ají, llevo molondrones, llevo yuca, llevo batata, etc.”. Con sus grandes canastas en la cabeza, y sus ondulantes cuerpos tongoneándose por la carga y la cadencia de su voz, estas mujeres despertaban alegremente la ciudad alertando a las amas de casa sobre su oferta y recordándonos la hora de ir a escuelas y oficinas. Hasta mediados del siglo XX en la generalidad de los hogares la compra de alimentos se hacia diariamente salvo algunas familias muy acomodadas que podían conservarlos en amplios congeladores por varios días. Los supermercados no existían e independientemente de estas vendedoras folklóricas, los colmados eran la alternativa para la compra cotidiana de alimentos. Para los lectores internacionales explico que los colmados consisten generalmente en negocios familiares con la vivienda contigua o en la parte atrás del expendio. Venden productos enlatados, aceites y grasas comestibles, arroz, pan, víveres, dulces criollos, etc. Los colmados más grandes estaban en manos de ciudadanos españoles que habían inmigrado al país. Aplicaban a sus negocios una organización más moderna y disponían de una amplia oferta que abarcaba productos locales e importados de todo el mundo incluyendo los de mayor sofisticamiento del mercado. Para poder servir en la casa ciertos h-ordeuvres refinados era necesario comprarlos en estos “súper colmados”.

La ciudad era pequeña y prácticamente los jóvenes de la época podíamos caminarla con relativa facilidad salvo cuando íbamos al estadio de baseball que exigía transporte vehicular. Así pues íbamos a pie al cine y a las fiestas de los clubes de la época. El comercio se limitaba a unas pocas calles estando las tiendas de mayor prestigio en la chic calle El Conde, hoy convertida en peatonal pero sin la elegancia del Siglo XX y convertida en un bazar abierto de precios medios y bajos donde se acotejan tiendas de telas, zapatos y otros artículos y comedores al aire libre para turistas y criollos. De precios más módicos con una aspiración a la elegancia existían la Avenida Mella y la Avenida José Trujillo Valdés (padre del dictador Trujillo), hoy honrosamente Avenida Duarte en recordación al apóstol de nuestra independencia. De estas últimas calles hoy se encuentra deteriorada mayormente la Avenida Mella. La Avenida Duarte ha sido remodelada con una ventaja competitiva que consiste en el Barrio Chino. Sin embargo ambas calles continúan siendo lugares que ofrecen productos de precios bajos.

En cuanto a nuestras marchantas cantadoras estas iniciaron su repliegue histórico a ritmo lento pero impostergable con el surgimiento de barriadas y edificios de apartamentos alejados del centro y donde no podían llegar con su oferta. Las antiguas residencias se empezaron a convertir en comercios, oficinas, locales de partidos políticos, clínicas de salud, laboratorios médicos, y junto a este desbarajuste geográfico y hasta arquitectónico en algunos casos, otros cantos empezaron a surgir. Las motocicletas de mensajeros, los vehículos públicos y colmadones a diestra y siniestra, una mutación del colmado de antaňo con valores musicales agregados a todo dar, y una clientela variopinta.

A veces suelo cruzar por esos viejos espacios residenciales, sobretodo los domingos en la mañana cuando asisto a mi peňa de catarsis en el sector colonial frente a la antigua Catedral Metropolitana Santa Maria de la Encarnación Primada de America y me parece oír el eco de los cantos de las marchantas en medio de la nueva jungla que arropó toda una época. Es posible que hayamos progresado con centros comerciales y el marketing moderno con sus herramientas comerciales state of the art, pero un pedazo del corazón de mi generación murió con el inolvidable canto de las marchantas.

lunes, 20 de julio de 2009

De cómo los Jeans reconocieron al Rey

Durante el gobierno de Mao Tse Tung (ahora dicen se escriebe Mao Zedong), el partido dirigido por el líder comunista dictaminó que hombres y mujeres se vistieran de manera uniforme. El llamado traje Mao. Así pues la geografía humana tenía un solo color sin importar el sexo. Se consideraba que un comunista de corazón era aquel que rechazaba la apariencia física y que lo importante era la hermosura interior. En este sentido se lavó el cerebro de los chinos a través de los medios disponibles electrónicos e impresos vendiendo lo que debía ser la forma proletaria de vestir. Es decir que fuera igual para todos y que salirse de ese patrón implicaba una desviación ideológica. Sin embargo las mujeres debajo del insípido traje Mao llevaban blusas de colores tal y como lo reportó el periodista británico Martin Wollacott quien escribió que, “ese pedazo de tela de color que sobresalía debajo del cuello de una obrera a quien observé es una pequeña señal de la prohibida femineidad y de cómo a pesar de las duras reglas existe un deseo de cambio en China”. El consumidor asomaba tímidamente su cabeza. Era como diciendo al fin y al cabo el mercado se impondrá.

Fallecido Mao el gobierno inició un cambio radical dentro del comunismo. El traje Mao fue una de las primeras victimas de este cambio. Simplemente la gente lo despachó a mejor vida junto con el líder comunista. El interés en lo occidental resucitó y por arte de magia los jóvenes chinos empezaron a vestirse de manera uniforme pero con el Jean norteamericano. El Jean sin necesidad de lavados de cerebro y de necedades ideológicas penetro con la libertad de compra. El traje de vaquero se impuso per se sin las crueldades de una revolución cultural que tanto daño hizo a esa sociedad. Una prueba más de que las imposiciones de las tiranías de derecha o izquierda son meros pasajes históricos que caducan al ritmo de los cambios de la humanidad. Realmente el consumidor es el rey. Así lo demostró un pedazo de tela azul que llamamos Jeans.